La derrota de Catalunya se pretende por asfixia y la duración del combate está calculada: menos de un año. “Dentro de un año las cosas estarán más tranquilas que hoy”, dijo hace unos días el Presidente del Gobierno refiriéndose a Catalunya. Naturalmente, no indica que vaya a haber un diálogo o una negociación, se refiere a que el proceso político catalán será derrotado. Pero esa victoria no sería posible por parte de un partido o un gobierno en solitario; es cierto que el PP no tiene límites políticos, pero sus maniobras van acompañadas de la complicidad y la colaboración de todo un bloque de intereses.
Hemos vivido un par de años marcados por el proceso catalán, la crisis económica y la sucesión en la Corona, que asustaron a los amos de España. Pero han reaccionado y hoy se está fraguando un gran pacto entre los poderes económicos, el IBEX, y los dos grandes partidos estatales sobre algunos asuntos clave del estado; uno de ellos, un pacto de hierro, es la derrota del catalanismo y de la demanda de soberanía sobradamente expresada por la sociedad catalana. Las demás fuerzas políticas comparten en mayor o menor medida esa posición y nadie se va a desmarcar ante el electorado español, nadie.
¿A qué se debe sino a un pacto el hecho de que, en el pasado “debate de la nación”, tanto el Presidente del Gobierno como el portavoz de su leal oposición ignorasen el conflicto político entre Catalunya y España, el principal conflicto que afecta a la estructura del estado? No se explica meramente por cautela ante el electorado español en vísperas electorales (ocultar un asunto tan serio por puro cálculo electoral indicaría una irresponsabilidad mayúscula), creo que es mucho peor: las direcciones de ambos partidos están de acuerdo en que las demandas catalanas no deben salir de allí, deben ser ahogadas en Catalunya.
El intento de Rodríguez Zapatero de renegociar el encaje catalán dentro del estado demostró de un modo claro que el Estado no era de todos y desveló quien lo detentaba en exclusiva y con todo descaro. A ese intento se opusieron en un bloque compacto tanto el PP como buena parte del PSOE y todos los intereses económicos, mediáticos y políticos madrileños. El papel de las empresas de comunicación, muy concretamente las madrileñas, merece un estudio y una denuncia ante la sociedad. Evidencian que a lo que se enfrenta Catalunya no es una España abstracta, sino un Madrid muy concreto de poderes que detentan el estado.
Se han utilizado y se utilizarán todos los medios del Estado, legales e ilegales, en esta estrategia de destrucción del enemigo. Una policía política secreta encargada de investigar y perseguir tanto a elementos políticos como civiles de la sociedad catalana, desde artistas a futbolistas o políticos. Nada de lo que ocurre es aleatorio o inocente. El caso paradigmático es el de Jordi Pujol: las irregularidades y maniobras de la familia eran conocidos por los gobiernos hasta que interesó destaparlos. Y quien los destapa es, precisamente, un Gobierno levantado sobre la corrupción. Destapa lo que había, efectivamente, pero si no hay se inventa, como hicieron con el alcalde de Barcelona. Veremos lo que sacan en las próximas semanas.
La utilización de la policía como instrumento de una estrategia en la lucha política, de por si escandaloso en una Europa que presume de instituciones democráticas, va acompañada de la utilización de la Justicia como una porra. “Ya tenemos los votos para expulsar al juez catalán”, declara, refiriéndose al juez Santiago Vidal, un muñidor de mayorías en los tribunales madrileños. En cuanto al Tribunal Constitucional, ese órgano ya fue tomado por asalto por el PP hace tiempo. Ésa es la justicia española, por si los catalanes no lo tenían claro. En conjunto, es evidente que el estado español está actuando contra las instituciones catalanas; nunca había estado tan clara la ideología del estado.
Lo que pueden esperar los catalanes en España no es ningún secreto, se lo gritan a voces: “No quiero que a Andalucía se la mande desde Catalunya, no quiero que mande un partido que se llama Ciutadans, que tiene un presidente que se llama Albert”. Debe de ser eso a lo que se refiere el señor Francesc de Carreras cuando niega la existencia del nacionalismo español, debe de referirse a que, en realidad, lo que hay es xenofobia pura. Aunque también hay políticos que se reconocen con naturalidad como nacionalistas españoles. "El otro día un independentista me dijo: es usted un nacionalista español. Y yo le contesté... ¡Efectivamente!". Son declaraciones del candidato socialista a la alcaldía de la capital de España, que continúa: "En estos momentos nuestro país es una nación que quieren disolver y cuya disolución trataremos de evitar cada día en nuestro devenir político. Si para los antiespañoles España es una nación en proceso de disolución, les prometo que mi labor política tratará de impedirlo”. No se trata de ser de derechas o de izquierdas, pero tampoco de no ser ni de derechas ni de izquierdas, pues un dirigente de “Podemos” acaba de referirse en su visita a Catalunya a Isabel y Fernando y a los cinco siglos de unidad de España para explicar por qué tampoco consentirán que los catalanes decidan su futuro. De lo que se trata es de ser españolista, prepárense los “antiespañoles”
Con escepticismo, pero con la mejor fe, hubo personas (muy pocas) que intentaron que esa Constitución, ahora definitivamente suya, permitiese un reconocimiento y acomodo de naciones sin estado; parecía que eso era lo menos costoso y doloroso para todos, pero los últimos cinco o seis años demostraron que es absolutamente imposible. A estas alturas, las apelaciones genéricas al federalismo y a una reforma vaga de la Constitución son inverosímiles, pero también es triste que las cosas hayan llegado hasta aquí como llegaron. No está claro que Catalunya tenga la fuerza para construir ese estado propio. Es evidente, para quien no quiere engañarse o engañar, que Madrid le quiere partir el espinazo a Catalunya. “Ríndanse” es la consigna, y por eso creo que es un gran error entregarse a quien actúa como un enemigo. No hubo diálogo antes y no habrá piedad después. No cabrá dignidad para el vencido.
La ciudadanía catalana vive un trance y cada persona lo interioriza con cierto dramatismo. Se está dilucidando la suerte de un país y también se tienen en consideración los intereses y la suerte particular de cada uno; pero quien defienda que los partidos estatales, del signo que sean, van a reconocer a Catalunya y a los catalanes, debería explicar en qué se basa para defender la rendición. Para eso tendrá que negar lo que, desde Madrid, están anunciando con claridad.
Entregarse con el carnet en la boca y los brazos en alto no salvará a nadie en particular y debilita la posición del conjunto del país. A Catalunya la quieren derrotada ante un conflicto político, como es éste, planteado con la lógica bélica. Hay tres salidas: gana uno, gana el otro o se pacta un armisticio y se negocia. Rendirse solo es rendirse, ser vencido. Hay que tener fuerza tanto para ganar como para conseguir un armisticio: el estado español demuestra usar toda la fuerza legal e ilegal, no le hacen falta refuerzos. La sociedad catalana solo tiene a su ciudadanía, la necesita toda.
Font: ara.cat
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada