En España persiste todavía el sometimiento por parte de los vencedores del régimen. Se avanza tan despacio que 40 años después permanecen visibles los imperativos de aquella dictadura. En ocasiones en forma de guiños que retuercen el camino de la democracia, de manera evidente a través de monumentos y callejeros que rinden un desafortunado culto al pasado reciente, y con frecuencia mediante alocuciones por parte de políticos, periodistas y gente de a pié, que considera corriente lo que debería formar parte exclusivamente de la memoria histórica.
Muchos, una inmensa mayoría, considera que se vive con dificultad, sumergidos en una precariedad asfixiante y visionando un futuro que cualquier meteorólogo definiría gráficamente como "de nubarrones".
Aún así son muchos, la inmensa mayoría, quienes siguen votando al Partido Popular y al PSOE, que en distinta medida son prácticamente (más allá de la coyuntura internacional), los únicos responsables dado que el bipartidismo ha sido y es el resultado de la expresión en las urnas por la falta de alternativas consolidadas hasta la fecha. Tanto es así, que tras pasar por dos períodos electorales seguidos, a la que los españoles se han alejado de la concentración del voto en esos dos partidos, la incapacidad de llegar a un gobierno de pacto nos hace atisbar unos terceros comicios, para seguir igual.
Sin embargo, en Catalunya, donde el PP se mantiene en franca minoría y el PSC sigue perdiendo estrepitosamente su representación parlamentaria, se abrió hace años la posibilidad de progresar y alejarnos -tal vez para siempre- de las consecuencias que tienen para los catalanes la presidencia en España, tanto del uno como del otro.
Desde aquí empezamos con tímidas reivindicaciones y, a base de mucho palo y ninguna zanahoria, continuamos con la exigencia de gobernarnos a nosotros mismos para que ya nadie tenga autoridad para decirnos qué podemos hacer y qué no. En ningún lugar está escrito, aunque sí más que investigado y analizado, que nos deba ir infinitamente mejor. Pero una sencilla lectura a las cifras de la economía catalana y a los indicadores (llámense exportaciones, turismo o inversión extranjera, entre otros...), sí que permiten asegurar que todo cambio será para mejorar.
¿A cuento de qué persiste un sector de la sociedad en mantener enjaulada toda esperanza?
Más allá de la ignorancia y el patriotismo férreos, la única respuesta que se me ocurre es del todo políticamente incorrecta: al egoísmo. Un egoísmo que puedo entender -que no compartir- en la actitud de la gente muy acomodada. Arraigado en todas aquellas personas que viven bien, sin importarles que atenten una y otra vez contra la dignidad, la lengua, la cultura, la educación y todo lo que tiene que ver con nuestras señas de identidad!
Pero supera mi capacidad de entendimiento que los demás, inmensa mayoría también, defiendan sobreviviendo a las páginas del calendario, el sostener por más tiempo la falta de oportunidades y la enorme dificultad en llegar a fin de mes, ser atendidos con celeridad cuando la salud lo requiere y defendidos ante las clamorosas injusticias que se producen día sí día también.
Que todos tenemos derecho a un trabajo y una vivienda dignas, figura en la blindada Constitución: ya... pero frecuentemente se ignora ¿verdad?
Quienes creemos en la posibilidad de mejorar la situación hemos levantado la cabeza y sostenemos la mirada alta porque, de la reciente cronología se desprende la necesidad de mobilizarnos hasta conseguir la plena capacidad de hacer por nosotros mismos lo que nuestra sociedad necesita urgentemente y nos están negando.
Quienes confiamos en nuestra propia capacidad como País, dedicamos horas y horas cada día desde hace años sin más retribuciones que las que manan de la esperanza y la ilusión. Nos retroalimenta a los independentistas el saber que éste esfuerzo colectivo habrá de beneficiar transversalmente a los catalanes vengan de donde vengan, hablen el idioma que hablen y participen mucho, poco o nada de las costumbres y tradiciones propias de éste País.
Dejaremos de ser independentistas cuando seamos independientes. Así de sencillo. Sin haber roto nada, ni separado familias, ni discriminado a nadie por su particular enfoque de la realidad.
Dejaremos de ser independentistas y de acudir a reuniones, conferencias, actos de diversa índole y manifestaciones... Dejaremos de pagar de nuestro propio bolsillo cuotas voluntarias que sufragan los gastos y garantizan nuestra propia independencia. Nos verán más por casa y probablemente podamos añadir algunas horas al sueño de las noches. El altruismo habrá valido la pena, estamos convencidos!
Somos, los independentistas, lo opuesto al egoísmo. Porque trabajamos para el beneficio de todos pese a la pasiva oposición de esa minoría que se queja sin ofrecer solución alguna y que lo hace, además, sin invertir tiempo ni esfuerzo ni dinero en construir un futuro mejor.
Font: Victor.cat
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